miércoles, 10 de diciembre de 2008

El olvido


El olvido


"Hay un vínculo secreto entre la lentitud y la memoria, entre la velocidad y el olvido. Evoquemos una situación de lo más trivial: un hombre camina por la calle. De pronto, quiere recordar algo, pero el recuerdo se le escapa. En ese momento, mecánicamente afloja el paso. Por el contrario, alguien que intenta olvidar un incidente penoso que acaba de ocurrirle acelera el paso sin darse cuenta, como si quisiera alejarse rápido de la que, en el tiempo, se encuentra aún demasiado cercano a él.En la matemática existencial, esta experiencia adquiere la forma de dos ecuaciones elementales: el grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido" ("La lentitud", Milan Kundera)
Decía Machado que las huellas del caminante son el camino y nada más.
Para Borges el olvido es necesario para la vida y la constitución del "sí mismo".
Un hombre en mitad del camino procura el olvido. Quizá espera a Odiseo para verse amarrado al poste de un barco que parta en tránsito por la vida, y no sentirse envenenado con el mucho olvidar. Este hombre pese a su lentitud sabe que debe partir, pues es la primera condición que la existencia misma le impone. Pero siente temor a esa idea proustiana del eterno retorno, ese oscilar entre el recuerdo y la memoria. Porque olvidar no es dejar de ver lo que nos rodea, lo que acontece y reaparece en nuestra mente. Para él el olvido es la vida y el recuerdo nada más que historia, las huellas del camino recorrido, estelas en la mar.
Nietzsche:
"Cerrar de vez en cuando las puertas y ventanas a la conciencia; no ser molestados por el ruido y la lucha con que nuestro mundo subterráneo de órganos serviciales desarrolla su colaboración y oposición; un poco de silencio, un poco de tábula rasa de la conciencia, a fin de que de nuevo haya sitio para lo nuevo (...) este es el beneficio de la activa, como hemos dicho, capacidad de olvido, una guardiana de la puerta, por así decirlo, una mantenedora del orden anímico, de la tranquilidad, de la etiqueta: con lo cual resulta visible en seguida que sin capacidad de olvido no puede haber ninguna felicidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente." (Genealogía de la moral. Alianza Editorial. Madrid, 1993. p 66)

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