martes, 18 de noviembre de 2008

"Vida y Opiniones de Tristram-1"



Mi amigo Tristram sabe leer. ¿No se lo creen?. Pues guárdense de negarlo, se ofendería, le sobra orgullo.
Su "saber leer" tiene peculiaridades. Debido al problema del hocico su visión no es lo convergente que debiera ser. Utiliza la lengua, el sentido del gusto está muy arraigado en él, suple carencias olfativas. Así sé qué libros de casa le gustan más: los más pringosos, esos. Tumbuctú de Auster hace tiempo que lo puse en el eslabón más alto de la librería. Ahora le ha dado por los cuentos clásicos y me tiene relamido el volumen de Perrault.
Me ha pedido que le llame Riquet.
- ¿Cómo te voy a llamar Riquet? ¿Cada vez que te guste un personaje literario has de trocar de nombre?-, esto le he dicho.
Sé bien porqué le gusta, y aprovecha la mínima oportunidad para soltarme las moralejas del cuento:
"Ce que l'on voit dans cet écrit,
Est moins un conte en l'air que la vérité même;
Tout est beau dans ce que l'on aime,
Tout ce qu'on aime a de l'esprit."
"Dans un objet où la Nature,
Aura mis de beaux traits, et la vive peinture
D'un teint où jamais l'Art ne saurait arriver,
Tous ces dons pourront moins pour rendre un coeur sensible,
Qu'un seul agrément invisible
Que l'Amour y fera trouver."
Me tiene liadísimo, porque no sé francés.
Pero es que a Riquet... digo, a Tristram, los caminos de la vida y del vecindario le han llevado hasta la Collie de la esquina, que además de tener pedigrí visita al peluquero cada semana y se hace la pedicura.
Él busca que esa persona (si utilizo la palabra correcta deja de hablarme) encuentre en él su amor platónico, que su espíritu y no su físico inunden el alma de esa preciosa... vecina. Me lo ha dicho así, con estas palabras.
El caso es que le empujo a llegarse a ella, porque mucho ladrar y... lo más que se ha aproximado hasta ahora es cada vez que coincido, paseando por el parque cercano, con mi vecina, quien también va a la peluquería cada semana y se hace la pedicura.
Cada vez que esto ocurre, el señor Grifón (Tristram Grifón de Bruselas), vuelve a casa desconsolado, porque busca en la mirada de su amada (él prefiere que no utilice este término) un destello del reconocimiento que anhela pero no halla, no le dirige la mirada lo más mínimo.
Nada más llegar a casa se postra en el sofá que tiene asignado, suspira y recita versos:
"Tu presencia me enajena
tus palabras (*) me alucinan
y tus ojos me fascinan
y tu aliento me envenena"
Hace unos meses me pidió que le llamara Don Juan.

(*)ladridos.

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